Comentario
La pintura protogótica, en algunas ocasiones, se ha entendido como una pintura de transición sin apenas interés plástico y muy alejada por supuesto de las exquisiteces que supondrá la secuencia italianizante.
Evidentemente no es así. La belleza protogótica es muy otra que la románica y también distinta a la italogótica, tiene sus rasgos característicos que no sólo los encontramos en las obras, sino que también están apuntados por los grandes pensadores de la época, o un poco anteriores, como son Gilbert Foliot, Witelo, Santo Tomás, Ramón Llull y tantos otros.
La protogótica es una pintura lineal, pero también sabe tratar la superficie y aun la corporeidad de las figuras. Así por ejemplo, a pesar de que el carácter estructural de la línea está muy presente en murales y tablas, es común que las vestimentas empiecen a ser tratadas no como una cosa pensada, exenta de cualquier relación con la realidad, sino como transcripción de una materia sujeta a una parte determinada y a unas condiciones de luz que influyen en su cromatismo delimitado zonas claras y oscuras.
También el concepto de espacio sufre un importante cambio; la consideración, propia del románico, de la superficie de la pintura como una alegoría plástica de un espacio metafísico, sin coordenadas ni de tiempo ni de espacio, ajeno por completo a la dimensión humana, desaparece. El espacio, y también el tiempo, empiezan a existir; la pintura ya no sólo presenta seres que son, sino representa seres que están, y ese representar el estar y no presentar el ser de por sí ya sería suficiente para definir toda una secuencia estilística como es la protogótica.